Fotos:Francis Sánchez |
Caminar desde la base de campismo Playa Inglés hasta el Campamento Ismaellillo, en la costa sur, en la provincia Cienfuegos, me tomaba unos cuarenta minutos. A veces me detenía a hacer una foto como un pestañazo. No había tiempo que perder. Iba con el arrobo del padre que puede ver cómo su hijo es feliz jugando fútbol por primera vez en un evento oficial para niños entre 9 y 10 años. Se celebraba, durante la semana de receso escolar, entre 6 y 11 de febrero últimos, el Torneo de Fútbol para Todos los Niños y las Niñas, auspiciado por la UNICEF y el Ministerio de Educación.
Conmigo caminaban tres madres de jugadores de la provincia Sancti Spíritus que también habían traslado sus casas para estar lo más cerca posible de sus hijos. A veces las salvé de alguna vaca medioviva, un cangrejo o un lagarto. Carboneros improvisados aquí y allá, aruñando la vida, nos guiaban para destejer la maraña de marabú, o aroma, como también se le conoce a esta plaga que señorea sobre la campiña insular.
Del torneo: todos ganadores, alegres. Las provincias de Santiago de Cuba, Villa Clara y Granma ocuparon los primeros lugares, en ese orden. Ciego de Ávila mejoraba el lugar 14 del año anterior, ganando un digno octavo puesto, con sólo 1 derrota (ante el campeón), 3 empates y 3 victorias. Teníamos la peculiaridad de que en cada equipo había tres niñas, y en el nuestro ellas fueron determinantes al menos para un par de victorias en tandas de penaltis. Para mi jolgorio definitivamente imparcial, paternalista, el capitán de este equipo y número 7 —pues sueña ser como el Guaje Villa y como Cristiano Ronaldo— hizo el gol decisivo del último juego, precisamente contra Sancti Spíritus.
El trío de colegas, madres amigas, por suerte en ese momento culminante se habían ocultado no muy lejos de allí, quitándoles presión a sus pequeños. Fue un arañazo o el sueño de un arañazo dado a la piedra, al diamante de la felicidad. No se renuncia, por las manchas en torno a los ojos, a palpar y recoger el frágil carbón, chispa petrificada al día siguiente.
Prefiero pasar por alto los sinsabores. Cuando se corre sobre el césped, o allí está el corazón con un hijo, todo es perfecto. Por semejante saldo ideal, apartaría, archivaría cualquier sospecha de que el campeonismo pueda dejar a unos inocentes indefensos, en manos de expertos, profesores de extracción muy humilde que busquen méritos para ganarse un viaje o una “misión” a toda costa. Olvidaría que a veces hay niños, supuestamente de quinto grado, que parecen demasiado grandes y maduros, pateando la pelota con un objetivo más definido que la simple alegría de jugar.
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