16 ene de 2011

Qué confusión. Qué dicha. Qué dolor



Fotos: Francis Sánchez.



Qué confusión. Pablo Milanés, el mítico fundador del Movimiento de la Nueva Trova Cubana (1972), comenzaba la segunda parte de su gira nacional “Por Cuba” en el centro de la isla, a sólo unos diez minutos de pedaleo desde mi casa. Estrenaba incluso un escenario readecuado para eventos masivos en una pista aislada entre muros. Y allá me fui corriendo, es decir, pedaleando, como siempre, un poco retrasado, convencido de que ya no encontraría espacio para verlo cantar por primera vez desde cerca. Pero me equivoqué. Nuestro querido Pablo estaba sentado frente a un puñado de personas que se pegaban a una tarima al final, en el fondo de una pista donde sobresalían agentes del orden público que se habían quedado casi sin contenido de trabajo. Era una noche fría y, de pronto, la soledad la hacía inquietante. Mientras cruzaba aquel espacio a todo lo largo para incorporarme al selecto auditorio, ya la voz inconfundiblemente melodiosa aleteaba en el ambiente, no podía ser más sugestiva entonces la canción “Días de gloria”: “Los días de gloria se fueron volando...

Qué dicha. Disfrutar su voz, tan fresca y noctívaga como la primera vez. Un concierto íntimo, con las crónicas de esas mínimas tragedias y delicias que le dan al ser humano una estatura acariciable: la infancia perdida, el descubrimiento del amor... Tomó, entre su repertorio, aquellas perlas pulidas por generaciones, pero cuidó que fueran sólo de ese capítulo emotivo que hace que la suya siga siendo tan pura y vital como la más tradicional trova cubana. Nada de coros de combatividad colectiva. Incluso viviendo en España, podía saber, y aquí estaba para demostrarlo como había venido dándolo a entender últimamente con sus declaraciones a la prensa, que el horno no está para panfleto de piquito. Podíamos disfrutar, por eso, tarareando sus letras, o la musicalización de un poema amoroso de Nicolás Guillén, sin sufrir a batallones de movilizados. Quedó en el ahorro esta vez el combustible que hasta hace poco solía gastarse por grandes cantidades en mítines, tribunas abiertas y otros pasatiempos ideológicos. También se ahorró o malogró mucha promoción e iniciativas oportunas, siendo un artista que durante los últimos veinte años no había ofrecido este tipo de eventos en su patria, donde pasara de un total protagonismo casi al anonimato. Incluso un semanario local, dos días antes, informaba día y lugar del concierto, pero no la hora. Los enterados, apartamos brevemente otras preocupaciones, así como él nos perdonaría dejando atrás aquel llamado apocalíptico a hundirnos en el mar antes que “traicionar la gloria que se ha vivido” (“Cuando te encontré”), para respirar felices por un instante sobre la superficie.

Qué dolor. Descubrí en primera fila a un amigo, era de los que miraban hacia atrás al acabarse cada canción, como con pena, a ver si la concurrencia había aumentado. Abrazaba a su esposa, juntos cantaban y aplaudían. Me pareció una imagen suficientemente buena para justificar el evento, porque hacía rato que ellos estaban no solo separados, sino ya medio divorciados, a fuerza de vivir agregados con sus dos hijos y sin la menor esperanza de casa propia, encima él con la invalidante de su honestidad que lo hace ajustarse a un mísero salario y una agravante: ya sabe que este año será sólo una gota dentro del mar de gente que quedará sin empleo. Pablo Milanés terminó poniéndonos a soñar con “la prefiero compartida / antes que vaciar mi vida” (“El breve espacio en que no estás”), apenas hizo acotaciones, lo imprescindible para presentar a sus músicos y agradecer al equipo de apoyo, una reverencia, y se fue. Todo no había durado mucho más que una hora. Mi noble amigo, cuando pudimos darnos la mano, me comentó que habían llegado más personas y, por último, no estaba tan solo. Se refería al trovador.

[Pablo Milanés, después de su concierto este 10 de enero en la ciudad de Ciego de Ávila, continúa su gira “Por Cuba”]





1 comentario:

  1. Curiosamente, la única vez que asistí a un concierto de Pablo en mi vieja ciudad, Holguín, también estaba semivacío el estadio. Creo que ni la entrada la estaban cobrando. Por el contrario, la visita de Silvio tiempo después fue un aparatoso despliegue de invitaciones a un cine, de prensa, hasta de seguridad. No asistí. Lo escucho en viejas grabaciones. Pero cada vez soporto menos al personaje. Buena crónica. Saludos de año nuevo para tu familia. Un abrazo desde Texas para ti.

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