30 dic de 2010

Una maleta nueva y el hombre bueno

Foto: Francis Sánchez


 
Quiero hacer una pequeña y amable fábula, cuando estamos por recibir un nuevo año con las incertidumbres, con los malos augurios —al menos para la mayoría de los cubanos— que pueden dejar las hojas caídas del almanaque. Es decir, en el tradicional espíritu navideño, hacer no sólo una historia curiosa, sino además sobre un buen hombre. Sobre una de «esas personas, que se ignoran, [que] están salvando el mundo», como las que trascienden, sin nombre ni rostro definido, en el poema «Los justos» de Jorge Luis Borges.

Ubiquémonos en La Habana contemporánea, a principios del siglo XXI, sitio atestado de gente sin grandes recursos, luchando a diario por sobrevivir. La ciudad ha pasado ya por esa escuela de la mala vida que fuera el llamado «Periodo Especial», entonces la desaparición del campo socialista europeo le dejó más aislada en el Caribe, con sus edificios y cuarterías en ruinas, con sus autos de la lejana época de la República —los «almendrones»— aún chirriando y botando humo. Para colmo, en esta situación, el mismo Estado socialista intenta cuidar su apariencia dando una imagen pésima de las personas que se salen de su nómina para ganarse la vida por cuenta propia, a quienes acosan los inspectores, a quienes se criminaliza con ayuda de la prensa oficial que nunca les perdona el menor indicio capitalista, la menor vuelta a la tuerca, como una subida al precio del pasaje del transporte privado, ni aunque antes les hayan encarecido a ellos el combustible. Es la ciudad que películas y libros describen como un hervidero de pícaros y malandrines potenciales.

A esta ciudad, a la Terminal de Ómnibus Nacionales, llega en horas de la madrugada una muchacha desde un pueblo del interior. Viene sola y trae una maleta más o menos pequeña pero evidentemente nueva, de valor, casi adornada con un candadito, que apenas puede arrastrar. Dos días más tarde ella debe montarse en un avión, destino México, donde piensa pasar casi un mes. Trae en esa valija, por tanto, no sólo sus mejores prendas sino casi todo lo que tiene, sea dinero —aparte del suyo, todo lo que la familia ha reunido para encargarle algunas mercancías que allende el mar siempre serán tres veces más baratas—, sea ropa, más el boleto, el pasaporte y otros documentos con que en el poco tiempo que le queda debe completar los trámites de viaje que, como se sabe, en Cuba son siempre algo serio.

Ya una vez plantada sobre la acera, en la salida de la Terminal, siente las dudas que asaltarían por lógica a cualquier joven que arribe sola, y de madrugada, a la capital. ¿Esperar a que salga el sol? Con la luz del día es más seguro tomar la calle, pero si se pone a dormir en un banco terminará muy estropeada y perderá parte de su precioso tiempo. ¿Alquilar un auto, entre los muchos que hacen fila a la sombra, contra el contén de la otra acera, o una motocicleta? Las motos cuestan menos, pero son incómodas y no tienen maletero. En los «almendrones», aunque puedes convoyarte con otros pasajeros, se viaja encerrado, y nada garantiza que quienes se acurruquen contra ti no pertenezcan a la misma banda que quien conduce. Flaca, débil y sumamente sugestiva, ella posee mucha imaginación para prever peligros. Un enjambre de choferes la envuelve haciendo ofertas, ella prueba a adivinar su fibra humana por sus caras, por sus ojos.

Al fin escoge una moto. Sentada dentro del sidecar, siente menos frío y puede aguantar mejor el bolso de mano, mientras el motociclista amarra la maleta a la parrilla.

Su camino en definitiva es corto, al corazón del Vedado, a un edificio al pie de la escalinata de la Universidad de La Habana, donde vive una tía de su esposo. El viaje, rápido, bien, sólo cuestión de bajarse y pagar..., pagar..., si al quitarse el casco no comprobara que la maleta no está. No está sobre la parrilla, ni a un lado ni atrás de la moto. Y no aparece sobre la calle. Y no se ve a lo largo de cuadras y más cuadras, hasta donde alcanza su vista que ya empañan las primeras lágrimas.

El motociclista dice que no entiende cómo ninguno de los dos pudo darse cuenta, le pide que vuelva a montar urgente, van a revisar las mimas calles por donde han cruzado, a ver si tienen tiempo, o suerte. Lo que ella vivirá a continuación serán más de dos horas de pesadilla para comprobar cuán imposible resulta el sueño de volver a toparse, en un espacio tan concreto como toda una ciudad, como La Habana, en plena madrugada, con una maleta que ha caído a la calle, o ha sido lanzada —a todas estas, por supuesto, tenía que empezar sospechando de la última persona a quien podía acusar, porque era la misma y única persona de quien dependía para mantenerse en acción, para seguir con el rastreo—.

Aunque su agobio fuese sincero, quería llorar y lamentarse inspirando el doble de lástima, a ver si le ablandaba el corazón a aquel chofer, aquel probable delincuente en componenda con otros que ya hubieran recogido su maleta en un tramo acordado previamente, por eso mencionaba el vuelo que iba a perder, el pasaporte, aquel evento en México donde le esperaban otras mujeres como ella, también demasiado sensibles, despistadas, precisamente el evento se llamaba "Mujeres Poetas en el País de las Nubes". Por el camino pensaba en algunas novelas que había leído, ilustrativas de cómo aquellos puntos de La Habana por donde llegaba la gente del campo, la terminal de ómnibus y la de trenes, seguían siendo desde hacía siglos el territorio ideal para timadores profesionales.

Barría el pavimento con sus ojos, registraba mínimos detalles, sonidos, puertas que abrían y cerraban, pasos... Cada silueta en cada esquina podía ser el indicio de un transeúnte que corría con su fortuna.

El dueño de la motocicleta no sólo no le cobró, sino que gastó todo el combustible en una pesquisa inútil. La llevó a la estación policial, donde se levantó un acta y se contactó algunas patrullas que circulaban en la calle, y, por último, la devolvió, como ella le pedía, a la Terminal de Ómnibus.

Nada quedaba que hacer. Regresaría a su pueblo. Se sentó, desconsolada, en el contén, tomando un poco más de vigor en sus piernas. Sentía una mezcla indescriptible de depresión y rabia. Era la atracción y el comentario entre el gremio de choferes de alquiler que a esa hora seguían en plena faena, llegaban y partían, «boteando», a veces apuntaban hacia ella, se acercaban a hacer preguntas, aparentemente incrédulos.

Entonces un hombre se le paró delante.

—¿Tú crees en Dios?

—Yo sí —atinó a responder sin levantar del todo la cabeza.

—Ven.

El hombre caminó hasta muy cerca de allí, con ella siguiéndole detrás, hasta uno de aquellos viejos autos de alquiler, y abrió el maletero. "¿Es esta?», le dijo.

Allí estaba su maleta. Él se la había encontrado tirada en una calle cualquiera en La Habana, la recogió y la guardó para terminar de cumplir un largo recorrido por el que esa vez le habían pagado sus pasajeros. Seguía igual, cerrada, con su candadito casi de adorno. Él no sabía lo que había adentro, ni le interesaba. Y no aceptó ni un peso a cambio. Sólo quiso asegurarse que ella hubiera respondido bien la primera pregunta y disfrutaron entre ambos, riendo, la respuesta, la experiencia que habían vivido como una prueba compartida de que tenían razón.

Pudiéramos pasar por alto un detalle: si esta historia es real o no. Imaginemos que ella, estando lejos, evitó preocupaciones a la familia, por eso sólo les dijo lo que pasó al regresar, cuando abrían el equipaje con los regalos. Todos, entonces, se sintieron agradecidos, conmovidos, no por haberse hecho realidad sus deseos, sus encargos, que en definitiva ya los tenían a la vista, sino por recibir la otra noticia. Afuera existía un hombre con aquel corazón limpio y aquella mirada que atravesaba el cristal de un parabrisas, alejando la noche.

Pudiéramos pasar por alto el detalle, si es real o no. Pero quiero que, por aprovechar su vida para seguir sacando fábulas que no necesitan moralejas, me perdone otra vez ella, mi esposa. Y también el escritor Eliseo Alberto Diego, por haber hecho yo esta historia, habiéndose enterado él primero, a quien ella se la contó cuando arribara a México. Si el autor de La fábula de José la hubiera escrito, sin duda sería mejor.

3 comentarios:

  1. Hermoso relato, casi poesia, como la vida misma

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  2. Bella historia. Me trae recuerdos de La Habana.
    Confieso que me ha tenido con un nudo en la garganta y meriposas en el estómago hasta el final....... y eso solo puede significar una cosa: que escribe usted muy bien.

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  3. EL PROCESO CUBANO SE VUELVE UN TRAMO HISTORICO SIGNIFICANTE, CADA VES QUE CONFIAMOS EN NUESTRA PROPIA HONESTIDAD.
    EL ASUNTO NO ES QUITATE TU PARA PONERME YO, PUES ESO REGRESA EL PROCESO INSURRECCIONAL, CON “INSURRECTOS/TERRORISTAS”, QUE DESPUES SON ABANDONADOS POR AMBOS BANDOS, EN CUBA Y FUERA DE CUBA; COMO ABANDONAN AL PATRIOTA EDUARDO AROCENA, PRESO EN ESTADOS UNIDOS, POR EJEMPLO, Y TRAE MAS DICTADURAS Y OLIGARQUIAS.
    UNA SOLUCION ES CONJUGAR EL PATRIOTISMO CUBANO, ACEPTANDO NUESTRO APORTE DESE EL EXILIO DE AGREGAR EL CAPITAL QUE CREA LA INDUSTRIA DE SEGUROS PRIVADOS, AL MOMENTO HISTORICO CUBANO. PARA ESO, LA DICTADURA DEL 26 DE JULIO DEBE: DEJAR QUE JOANI Y FARINAS VIAJEN; SOLTAR TODOS LOS PRESOS POLITICOS CUBANOS, SIN USAR LA IGLESIA, NI DEMANDAR NADA DEL IMPERIO NORTE AMERICANO, NI DEL EXILIO; SINO, UN REVOLUCIONARIO INTENTO VERDADERO DEL 26 DE JULIO, DE ALEJARSE DEL PRECIPICIO DE 52 ANOS COMO INSUSRRECTOS, Y CONJUGAR EL MOMENTO HISTORICO CUBANO DE SIGLO XXI.
    LA REVOLUCION CUBANA TIENE TRAMOS SIGNIFICANTES DEL PROCESO REVOLUCIONARIO HISTORICO, CADA VES QUE CONFIAMOS EN NUESTRA PROPIA HONESTIDAD, SIN CULPAR A NADIE, SIN SECRETOS, PUBLICAMENTE, CON SOLUCIONES. LA SOLUCION QUE NO FUNIONA ES SEGUIR 52 ANOS MAS EN EL TRILLO INSURRECTO “DEL 26 DE JULIO”. LA QUE SI FUNCIONA, ES VENDER SEGURIDAD DE ARREGLAR TODO LO QUE SE ROMPA, LO MAS JUSTO POSIBLE, ANTE LA LEY, POR DINERO, SUPERVISADO POR EL GOBIERNO; COMO FUNCIONA EN ESTADOS UNIDOS. TAN PENETRADA EN LA SOCIEDAD ES ESTA INDUSTRIA EN E.U., QUE HAY QUE SENALARLO PARA VERLO.
    EN EL PROCESO CUBANO NO HAY IMPERIO QUE VALGA, CUANDO HAY CUBANOS QUE HACEN RENACER EL DESEO DE ERGIRSE POR LO QUE ES JUSTO, Y NECESARIO PARA LA PATRIA. LAURA POLLAN ESTA MUY CLARA CUANDO DICE ANTE LOS ATAQUES DE LA DICTADURA: “ACEPTAMOS LA AYUDA, EL APOYO DESDE LA ULTRADERECHA, HASTA LA IZQUIERDA, SIN CONDICIONES”
    LA REVOLUCION ES UN ASUNTO DE CONFIANZA PLENA EN LA HONESTIDAD PROPIA DE LOS POCOS QUE ENTRAN EN ESTAS REFRIEGAS. DE AHI LA DIVINIDAD, O TRAICION Y DESENCANTO! APOYEN PUBLICAMENTE, ORGANIZADAMENTE, CON DINERO, A ESTA GENERACION QUE ESTA HACIENDO RENACER CONFIANZA PATRITOTICA PROPIA.
    HECTOR CORNILLOT
    POR FAVOR, ORA UNOS SEGUNDOS A TU DIOS, POR LA FAMILIA EDUARDO AROCENA; AROCENA ES EL PRISIONERO POLITICO CUBANO QUE MAS TIEMPO TIENE EN ESTADOS UNIDOS

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