18 abr de 2011

Al cierre


Había prometido publicar otras dos partes de mi último post, “Cerrado por demolición”. Han pasado muchos días sin que tuviera esa posibilidad. Ya no lo haré, porque en definitiva lo que tenía pendiente sólo agregaría un contenido de tipo ensayístico. Lo fundamental, la denuncia, ya está hecha, y queda el testimonio. Me ahorro esos textos con el fin de sumar otras páginas a nuevos proyectos.


Estoy muy agradecido a todos los que han escrito comentarios y me han ofrecido solidaridad, porque, aunque les parezca mínimo, es un alimento imprescindible para llevar la vida adelante. De alguna manera, aunque a veces demoro en poder saberlo, siempre he terminado poniéndome al tanto de lo que comentan y me escriben. Pero lo cierto es que ya no podía publicar con la frecuencia necesaria, ni con seguridad, no sin perjudicar a otras personas que me ayudaban. Gracias.


El blog “Hombre en las nubes” es un capítulo maravilloso de mi vida, no me arrepiento. Claro, tampoco yo soy quien lo cierra —“por ahora”, oigo en mi interior la vocecita de la tentación—, yo denuncio precisamente mi miedo —no tanto por mí, sino por mi familia—,  las causas que lo originan, porque nadie es culpable de sentir miedo. “Nadie. Absolutamente nadie”, dice el magnífico escritor Eliseo Alberto en el libro de memorias Informe contra mí mismo


Lo que será más difícil de cerrar o cortar es la necesidad de una libertad de expresión plena, derecho inalienable que conecta corazones y no depende de ningún cable. Así que seguiremos viéndonos en ese sitio hermoso.

La serie televisiva “Las razones de Cuba”, que lanzó un nuevo catálogo de agentes infiltrados en la sociedad cubana, con el cauce que tomaron los destapes, pone en evidencia una nueva etapa de control o presión oficial sobre la cultura y la intelectualidad nacionales, como si ya no fuera extremadamente raquítico el margen de vida natural que nos quedaba para nuestro desarrollo. El acto supuestamente maestro de estos “agentes” no ocurrió antes ni después de su salida en televisión, sino que sólo ahora han venido a lograr algo de verdadero impacto, y es esto: la mezcla de ira, decepción, náusea, miedo, vergüenza, pena ajena, remordimiento, etc., que puede encontrarse siguiendo el rastro que dejaron entre todas las personas manipuladas —colegas, amigos, vecinos, compañeros de trabajo, etc.—, a quienes trataron de provocar y atraer con falsos proyectos que ellos mismos fabricaban. Se apuesta al asco como un sentimiento paralizante. Ahora, cuando está por empezar a funcionar el cable coaxial que llegó a costas cubanas, y a todos los niveles trata de limitarse el acceso a las nuevas tecnologías, violando despampanantemente la privacidad del correo, con lo que se viola la Constitución Cubana, quizás está concretándose el golpe punitivo, la censura que los intelectuales esperábamos desde la “crisis de los emails” en 2007. Criminalizar la intelectualidad y ese apego natural a la libertad de expresión.

31 mar de 2011

Cerrado por demolición

Foto: Francis Sánchez.

[He decidido publicar, antes de que este blog quede clausurado, algunos textos que no hice públicos en su momento justo, o porque me fue imposible en la práctica hacerlo, de acuerdo con dificultades obvias, o porque, mientras pasaban los días, tuve dudas de si sería lo más conveniente. A tenor con los últimos acontecimientos, creo que lo más oportuno es no dejarlos pendientes de publicación. Son los siguientes textos: el artículo “Guatacas”, el poema “La palabra Abedul” y los documentos “Carta abierta a un amigo” y “Aclaración al lector”. El último trabajo que debe de publicarse en este blog, es “Cerrado por demolición”, que aparecerá dividido en tres partes o entregas: “La cosa en la red”, “Puntos negros” y “Nosotros y las nubes”]
 
I. La «cosa» en la red
 
Cuando abrí esta bitácora, hace apenas unos cinco meses, conté la anécdota de una noche llena de pesadillas, la vez que mi esposa casi colapsa y estuve a su lado para sobrevivir juntos a la impotencia, a la frustración, por motivos que se explican en el post «Despidos masivos. ¿Disolver al pueblo?» Ahora queda clausurada o clavada en el aire esta bitácora o blog, «Hombre en las nubes», con este artículo que, bajo el título de «Cerrado por demolición», pienso publicar en tres partes o entregas, también después de que he vivido otra noche de horror. La televisión cubana acaba de estrenar, en el horario estelar de las ocho y media de la noche, un nuevo capítulo de la serie «Las razones de Cuba», con el título «La ciberguerra».1

Yo que me había hecho la promesa de tratar de nunca herir, ni mucho menos atacar a otras personas en mis escritos, junto con la de no defenderme de ese tipo de golpes bajos cuando me convirtiera en un blanco por mis puntos de vista —estimular el forcejeo personal o chancleteo, supuestamente entre intelectuales, es una empresa de desguace y empobrecimiento ético en que los principales accionistas del inmovilismo y la censura suelen invertir sus amplios recursos, apostando al vacío, a la desesperanza y el asco generalizado—, al parecer no tengo otro remedio que contrariar la segunda parte de mis propósitos, y defenderme. Lo haré porque en esencia ni siquiera se tratará de una autodefensa, derroche que es imposible encausar con propiedad en medio de una desproporción tan excesiva y hasta abstracta como la que mi atacante se reserva respecto a mí. Parece que la hora es grave, y solo quiero, mientras pueda, denunciar la injusticia y fijar por escrito mis ideas y mi posición.

El aparato sin rostro de la policía política me acusa, entre los pocos «blogueros independientes» que existen en Cuba, de estar pagado por el gobierno de los Estados Unidos. «Cibermercenarios en Cuba» escribió una mano invisible en el buscador de Google y, para espanto en mi hogar, no sé qué tenebroso motor de búsqueda pudo arrojar como resultado de la edición de este programa televisivo que pasasen una página de mi blog por la pequeña pantalla. Enrique Ubieta, quien suele dar la cara muchas veces en defensa de la poderosa Raison d'Etat, autor de algún que otro libro por encargo y director del periódico La calle del medio, en otro momento dice a la cámara que se trata de buscavidas que tantean una salida a la crisis económica muy campechanamente, como quien monta una venta de fritangas, interviniendo en internet a cambio del dinero que paga Washington. Resulta insoportablemente falaz que aquí se ilustre con una sola página de mi blog, ni aunque sea durante una fracción de un segundo, pero sucede, es lo que he visto, y el mayor horror viene ligado a la profunda impotencia. No hace falta que diga que jamás he puesto un pie en la Oficina de Intereses de EUA en La Habana, ni he ganado ni aspirado a ganar un centavo por escribir o apuntar mis ideas en una bitácora personal. Bitácora a la que llegué un día buscando mi propio respiradero como intelectual en medio de la marginación. Marginación cuyas tasas habían subido mucho después que, a principios del año 2007, hice público el texto «La crisis de la baja cultura», cargado con una fuerte dosis de crítica social, en medio de aquellos sucesos que se han dado en llamar por algunos como «la crisis de los emails».

Escribir, crear y reflexionar defendiendo la hipótesis de una plena libertad interior, es algo que desde niño se me ha dado como respirar. Pero ni tiene sentido que me ocupe en correr más rápido que las mentiras, siendo verdad mayor un conocimiento común, atroz y popularmente incorporado a la conducta de sobrevivencia cotidiana frente al despotismo y al Síndrome del Misterio en Cuba: la clave no es prever el problema que te puedas buscar, sino el que quieran crearte. Yo, como cualquier individuo, carezco de movilidad legal dentro de un sistema monocorde, lo más que debo aspirar es a que me perdonen la vida por pudor a sacar la basura ante algún tercero. La estructura, el verdadero aparato del poder, trabaja en la sombra. Convicciones y actividades en que se escude cualquier individuo que ofrezca algún grado de rechazo al sistema, conformarán sólo un juego de cristalitos de una lupa, un microscopio o una mirilla telescópica, según cada evolución clínica.


Unos meses antes se había filtrado —circuló de una memoria flash en otra— el video de una conferencia que impartiera ante sus colegas un especialista del Ministerio del Interior, titulada: «Campañas enemigas y política de enfrentamiento a los grupúsculos contrarrevolucionarios», donde se abordaba el tema de las nuevas tecnologías. Sobre el punto de la blogosfera, hizo la siguiente acotación:

«Nos quieren crear en nuestras mentes el concepto de que el bloguero es una categoría de enemigo de la Revolución. Si nosotros entramos a fajarnos ahora con los blogueros, ahí sí nos vamos a ganar un enemigo.»

Sin duda el conferencista aludía al proceso de criminalización que, antes de la Internet y los blogs, a través del tiempo ya se había hecho contra otras tecnologías que empoderaban a las personas: videocámaras, videocaseteras, computadoras, impresoras y teléfonos móviles, por poner sólo algunos ejemplos, además de conceptos como sociedad civil y ramas de la ciencia como la sociología. Lo que me hace recordar que, cuando en 1998 tuve por primera vez una computadora con una impresora conectada, en una asamblea de cultura se registró el planteamiento de denuncia de aquel «peligro» que había en mi casa, hecho por el director de la biblioteca provincial. La estrategia operativa, sin embargo, aparentemente iba a sufrir un vuelco radical, pasando, de la supuesta precaución de una conferencia en privado, a la ofensiva en público con el establecimiento de un nuevo código de repulsa que, siguiendo el manual de guerra, reduce una realidad social conflictiva a un epíteto, a un término descalificador para el que no se pide raciocinio, sino eco, euforia, repudio incondicional: «cibermercenario» es la nueva palabra que se sobrescribe sobre tantas otras que históricamente han sido puestas en boca de las masas.

Al día siguiente del estreno del mencionado programa televisivo, el periódico Granma, órgano oficial del PCC (Partido Comunista de Cuba), publicaría una acusación aún más englobadora y horrísona, que aparentemente me dejaba ante las turbas etiquetado no sólo como un soldado venal más, sino con todos los colores de la típica bestia, cuya temporada de caza nunca amaina en espacios públicos: proyanqui, traidor, terrorista, o sea, un monstruo, listo para linchar, embalar y enviar al infierno. En un pueblo provinciano como la ciudad de Ciego de Ávila, donde vivo, acceder al infierno se consigue superando distancias muy cortas. Ya estos trámites de demonización habían comenzado desde mucho antes con un acoso que progresivamente dejó de ser velado. Hoy es el espionaje, la vigilancia y persecución que sufro todo el tiempo. Hubo hasta una reunión convocada por el Primer Secretario del Partido Provincial en que se exhortó a intelectuales y periodistas a salirme al paso. Un buen día alguien me roba, me saca de mi cartera el teléfono móvil. Otro día alguien viene a avisar que me han estado grabando y filmando. De la noche a la mañana se suspende una actividad literaria que algún desprevenido promotor tuvo a bien organizar conmigo y mi familia. De pronto, la televisión, en el aludido programa del día 21 de marzo, pone un precio moral a mi foto. Y por último, como colofón, el Granma trae acusaciones múltiples, y al mismo tiempo tan exageradas, que me permiten desmentirlas en bloque. Por suerte la actividad intelectual de un escritor y la reflexión social que se hace en un blog tienen por objeto salir a flote, abrirse al escrutinio, dejando pasar la luz que tanto le molesta a quienes viven de la sombra y la especulación. Así que en vez de decir «mentira» mil veces, puedo limitarme a preguntar en qué parte de mis textos he abogado por algo de lo que aquí se imputa:

«Estos blogueros [...] han exhortado al levantamiento en Cuba, han alentado a la violencia, apoyan la Ley de Ajuste Cubano, justifican el bloqueo, niegan que el sector más reaccionario de Miami sea enemigo del pueblo cubano, dicen que el caso del terrorista Luis Posada Carriles es una cortina de humo y hasta llegan a expresar abiertamente [sic] el cambio de sistema político [...]»2

El último reproche resulta demasiado confuso, evidentemente falló la redacción, pero vale dudar si, por enderezar ese texto, el «órgano oficial del partido» estaría dispuesto a prescindir de la dialéctica marxista que ha justificado teóricamente al sistema político cubano y que reconoce en las relaciones sociales un proceso no lineal, un objeto de transformación permanente. ¿Sería de inhumanos vivir con la máxima universal, tan romántica y absoluta, de «cambiar todo [¡todo!] lo que deba ser cambiado?» O, en cambio, ¿lo monstruoso no es que alguien pueda decidir qué es todo por todos? Idéntica paradoja fue presentada a los intelectuales en junio de 1961, en una reunión en la Biblioteca Nacional, bajo la fórmula de «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada» (este año se conmemora el cincuenta aniversario), para que estos se entretuvieran largo tiempo chupando esa piedra. La vida iba a demostrar que no le tocaba a nadie hallarle salida a la retórica del poder, a nadie aparte del mismo sujeto preceptor, y menos a intelectuales con el «pecado original» de no ser proletarios o revolucionarios, y, entretanto, podrían darse tantas exclusiones como infinitos fueran el cosmos y la concentración de poderes políticos. Bueno, por algo no se conocen unas «palabras de los intelectuales», aunque el «tengo miedo», dicho aquel día por Virgilio Piñera, aún resulta harto explícito.

Proclamo responsablemente lo que creo que mejor emana de forma natural en mi obra: jamás comulgaría con el odio ni el derramamiento de una gota de sangre, desapruebo el bloqueo contra Cuba, y rechazo cualquier tipo de terrorismo, fundamentalmente el terrorismo de estado. Expresarme contra todos los terrorismos me lleva a estar, por ejemplo, contra ese que promueve revoluciones haciendo estallar bombas en cines y parques, contra ese que pretende desestabilizar gobiernos poniendo bombas en hoteles, contra ese que organiza escuadrones paramilitares y la desaparición de personas, contra ese que convierte una sociedad en una telaraña artificial y política capaz de funcionar milimétricamente para producir la expatriación o la muerte social de todo aquel que no convenga, contra ese que invade países y cañonea ciudades, contra ese que manda a las turbas a sitiar a un hombre en su casa con su familia sólo porque piensa diferente... A propósito, sobre el rechazo a la violencia puede verse una sección de mi poemario Epitafios de nadie (Ed. Oriente, 2009), allí el poema «Medallista de plata» sobre el sabotaje a aquel avión cubano en Barbados: «[...] ¿En qué isla, en qué rostro al azar / pidió el asesino pronto pronto un pasaje? / Quedó olvidado aquí adentro su equipaje. / Nunca vuelvas a abrirlo. El oro es para el mar.» En el mismo libro no aparecen, por cierto, porque fueron censurados —a lo que entonces me resignaba—, otros dos poemas que tratan sobre sendas tragedias de la historia contemporánea cubana: el hundimiento del remolcador Trece de marzo y los sucesos de agosto de 1994 que algunos llaman El Maleconazo.

Traidores o quintacolumnistas han sido catalogados, y también en bloque, de acuerdo con alguna estrategia de endurecimiento doctrinal, muchos sectores y grupos sociales, a veces de modo tan simple como «el que no salte es yanqui». Lo fueron aquellos jóvenes que tenían que esconderse para oír a los Beatles, los católicos, los testigos de Jehová, los homoxesuales, los poetas intimistas, los ecologistas, los artistas del artecalle en los años ochenta, los cantantes de hip hop, y un largo etcétera, cada uno en su momento. «Escorias», «vendepatrias», «gusanos» y aparentemente dignos de repudio, pedradas y patadas hemos sido una y otra vez los miembros de la familia cubana, indistintamente, recibiendo y pasándonos, en vez de un batón, la mota negra. Asimismo, con tal de coartar esa pluralidad que entrañan las diferencias ideológicas y la crítica social, se ha pretextado con frecuencia una siniestra traición por parte de las personas que adoptan un campo de acción intelectual minado internamente, porque estuvieran fabricando supuestamente un escenario para una invasión enemiga. Un retablo de una inquisición muy notoria fue el montado contra los autores de los libros Fuera de juego y Los siete contra Tebas, premios de la UNEAC 1968, de poesía y teatro respectivamente. La «Declaración de la UNEAC», firmada el 15 de noviembre de 1968, y endilgada cual prólogo al poemario de Heberto Padilla, puso en evidencia un mecanismo que se mantendría activo en esencia, aparato de hipertrofia que marca a las personas y las obras para su circulación con un sentido extemporáneo.

«Ahora bien: ¿a quién o a quiénes sirven estos libros? ¿Sirven a nuestra revolución, calumniada en esa forma, herida a traición por tales medios? Evidentemente, no. Nuestra convicción revolucionaria nos permite señalar que esa poesía y ese teatro sirven a nuestros enemigos, y sus autores son los artistas que ellos necesitan para alimentar su caballo de Troya a la hora en que el imperialismo se decida a poner en práctica su política de agresión bélica frontal contra Cuba.»

Manuel Díaz Martínez, integrante del jurado de poesía, cuenta que, después de muchos tejemanejes para evitar que se diera el premio ateniéndose estrictamente a la calidad literaria, la dirección ejecutiva de la UNEAC convocó a los distintos Jurados a una asamblea para explicarles los problemas que habían surgido con los libros en cuestión, y allí, entonces, Félix Pita Rodríguez en su papel de fiscal echó mano a la última carta, la del rayo letal y desintegrador, diciendo: «El problema, compañeras y compañeros, es que existe una conspiración de intelectuales contra la revolución.» Revela Díaz Martínez: «Ante semejante denuncia, pedí la palabra y lo conminé a que dijera los nombres de esos “conspiradores”. No los dijo. Lo que existía era una conspiración del gobierno contra la libertad de criterio.»3 Aunque no los dijo Félix Pita, los nombres de esos intelectuales serían bien conocidos en años siguientes, por las cargas de sufrimiento y ostracismo que algunos, «contrarrevolucionarios» como José Lezama Lima y Virgilio Piñera, iban a soportar hasta el fin de sus vidas.

Rechazo, denuncio el calificativo de «contrarrevolucionario» —ya lo de mercenarismo está incluido a priori, va siempre por la casa— que quiere aplicárseme para pretextar la represión, la eliminación del derecho a habitar una nación y una cultura que siguen vivas y abiertas, porque practique una política intelectual de resistencia que no es la del colaboracionismo, ni la del silencio, ni la del exilio, quizás más bien existencialista. Si me ofende es por falso, la misma razón por la que también creo que carece de valor el tópico del intelectual «revolucionario» que, con un funcionalismo y una economía axiológica reduccionista o excluyente, se ha usado para desnaturalizar la condición del artista o el intelectual —descomplejizarlo, deshumanizarlo, vaciando su pensamiento y su obra— en el periodo que ha seguido al triunfo de la Revolución, dentro de Cuba. Ambas reducciones son figuras impostadas que obedecen al mismo patrón selectivo, pues informan, más que sobre lo particular calificado, sobre una gran voluntad de poder que domina un campo social reducido a su mínima expresión.

El juego de alternancias permisible dentro de tales límites conlleva demasiado fingimiento, simulación, hipertrofia, como el tradicional debate sobre la pertinencia de la crítica social, un problema que de manera oportuna en los anales de la academia quedó suscrito exclusivamente al tópico de la función o el «papel del intelectual revolucionario» dentro de la sociedad. El arte de simular, que es sobrevivir, llevaría a muchos a cruzar las aguas de ese obligado bautismo ideológico rozándolas apenas, adoptando una visión esencialista al aceptar el estereotipo de semejante marca en una forma descontextualizada. El mismo Manuel Díaz Martínez cuenta que, en la reunión del Jurado en que se llegaría a un veredicto final, defendió su propuesta sosteniendo que «Fuera del juego era crítico pero no contrarrevolucionario —más bien revolucionario por crítico».

Podría justificarse de tal modo esta sinécdoque, la hipostasiación de la figura del «intelectual revolucionario» por el simple y común intelectual de carne y hueso, como se ha hecho frecuente, confiando en que los derechos ganados para uno, para el único existente o realmente aceptado, van a extenderse por contagio al resto. Esta modesta aspiración, sin embargo, disimula quizás en el fondo un desencuentro con la tradición humanista, cuando se intenta dar por obsoleto un modelo ideal, del que ha dependido en buena medida la realización de la cultura occidental —a la que pertenece, por más que quiera negarse a veces, el proceso de la nacionalidad cubana—, en que los intelectuales no solo se representaban a sí mismos y unos a otros, como espejos frente a espejos, sino que aspiraban a expresar, catalizar, significar prerrogativas, derechos y ricas posibilidades de toda la sociedad en su conjunto. En este sentido, la pertinencia social y crítica del intelectual va a estar sujeta a la norma universal del ser humano común y corriente, porque piensa o existe, no más.

Pero el grado de comunicabilidad y crítica ideales que manejan los propugnadores de una estructura de poder maniquea, conveniente, simplificadora, en Cuba, parece reducirse, por desgracia, y cada vez más, a cero. Desiderio Navarro, en la ponencia «In medias res publicas» («En medio de la cosa pública»), presentada en la Conferencia Internacional «El papel del intelectual en la esfera pública» (organizada por el Fondo del Príncipe Claus de Holanda, celebrada en Beirut en febrero del 2000), afirmaba sobre la situación cubana:

«[...] el criterio de la crítica social correcta no sería la verdad, sino la correspondencia de su grado de minuciosidad, escrupulosidad y rigurosidad a cierta medida de lo necesario o conveniente. [...] No criticar del todo o criticar menos de lo necesario o conveniente no es motivo de condena y exclusión. Esto deja ver que el “cero”, la total ausencia, es, en realidad, el grado ideal de crítica social.»4

Así la estrategia favorita de impugnación oficial, tampoco acepta que dentro del dominio público se establezca cualquier plataforma ideoestética para el debate que no esté controlada verticalmente. Con la práctica, esta reacción se ha hecho ley: cerrarle el contrato social al ser humano, descalificando su voluntad, como si se tratase siempre de un microorganismo patógeno que obedeciera a un proceso infeccioso infinitamente superior.

«El más frecuente modo de atacar las intervenciones críticas de la intelectualidad en la esfera pública no es, como sería de esperar, el señalamiento de las consecuencias negativas que supuestamente sus afirmaciones críticas pudieran tener, ni, mucho menos, la demostración del carácter supuestamente erróneo de esas afirmaciones, sino la atribución de condenables intenciones ocultas a sus autores [...]»5

No me estoy cayendo ahora de esta nube. Conocía el riesgo de ser, de «habitar el lenguaje», inclusive aquellos límites rotos y contaminados con ajena realidad. Límites donde siempre le falta oxígeno a las criaturas que luchan por mantener el calor y el temblor de sus sueños. Un día un querido escritor de éxito me aleccionó: «Yo sólo echo las guerras que sé que voy a ganar». Este autor, por supuesto, se las había arreglado para salir y entrar de escandalosos conatos sin desmerecer una certificación de confianza que sólo se expide desde la visión de los vencedores. Pero el éxito real nunca es presencia de nada, ni prueba de vida, al menos jamás en ese sentido rastrero, no visionario. Al revés, pienso que si el plan de mi libertad está condenado al fracaso en lo pequeño y circunstancial, debe adelantarse a estarlo en lo grande: “Ya que no puedo ser libre,/ agrandaré mis prisiones”.6 Si bien la casa común —aunque no la mayor de las que habitamos— que es la historia, la patria, un lenguaje de nuestro ser actualizado y compartido, se muestra inhabitable para las personas ampliamente derrotadas que deben dejar afuera sus excesos de agonía, incluso caídos, el imponderable de ser puede hacernos perdurar delante de la puerta.


Notas:

1 El programa se transmitió por el canal Cubavisión el 21 de marzo de 2011, al día siguiente lo retransmitirían otros canales.
2 «Las razones de Cuba. Ciberguerra: mercenarios en la red», Deisy Francis Mexidor, en: Granma, 22 de marzo, 2011, p. 5.
3 Manuel Díaz Martínez: «Intrahistoria abreviada del caso Padilla».
4 Desiderio Navarro: «In medias res publicas», en: revista La Gaceta de Cuba, no. 3, mayo-junio, 2001, p. 43.
5 Ídem.
6 Verso de Manuel Altolaguirre.

Aclaración al lector


“Hombre en las nubes” es mi bitácora personal. Mis expectativas se basan en cumplir aquí el mandato natural de Dios para vivir y expresarme cual ser racional, socialmente, como toda criatura con libre arbitrio. Considero que mi derecho a pensar y emitir también mis reflexiones es un derecho universal inalienable. Estoy abierto a compartir en ese sentido obras literarias, informativas y de diversa índole, inclusive de otros autores, cuando lo estime pertinente.

No tengo la más mínima posibilidad de acceso regular a internet, ni siquiera a un correo electrónico. No puedo atender y mucho menos controlar, por tanto, los comentarios que los lectores dejan en mis páginas: lo segundo tampoco me interesa. Aunque desease publicar más seguido, resulta imposible, por la misma causa.

Abrir esta bitácora, visibilizar mis pensamientos, ha tenido y tiene un costo muy alto para mí, en la vida “real”, en Cuba, tierra adentro y en una provincia donde no había tradición de este tipo de acto independiente. Por ahora evito tomar nota de semejantes consecuencias. Baste decir que ciertos comentarios difamatorios, ciertos ataques personales, significan sólo la punta de un gran iceberg que pesa sobre mí y mi familia.

La dignidad humana promovida por Cristo creo que puede resumir una base ética en que aspiro a mantenerme firme, a ser coherente. Y, tal como lo espero yo mismo, lo que en este blog se puede esperar o censurar de mis obras, debe de ajustarse a eso.

Nunca he pertenecido a agrupación ni fila política alguna.

Pertenezco a mi familia y punto.

Como intelectual, la nube en que estoy es igual de sencilla: la literatura, la libertad y la agonía de vivir inclinado al bien y a la verdad.

Aunque mañana mismo pueda sentirme destruido, rebajado a menos que polvo, ocurra lo que ocurra, diga lo que diga o muerda lo que me muerda, creo que las nubes o bellezas en que he puesto mi pensamiento no me dejarán contradecirme.
 
17 de marzo de 2011