24 feb de 2011

Velando nuestro cadáver

Este 23 de febrero se cumple un año de la muerte de Orlando Zapata Tamayo tras padecer en huelga de hambre por unos 86 días. La prensa oficial se apuró a decir entonces que sólo había caído un mercenario más al servicio del imperio. Pero no todo el público sometido a esa propaganda lo vio así, incluso algunos comunistas confesos dejaron traslucir su perplejidad en comentarios que circulaban por la red de correos: ¿se puede dar la vida, insensiblemente, a cambio de dinero?

El viejo discurso de descrédito contra la disidencia, contra las diferencias, seguía transmitiendo el clásico patrón de pruebas: todos los “otros” carecerían supuestamente no sólo de razón, de motivaciones verdaderas, sino del más mínimo ideal o altruismo. Aunque ahora la deuda con la lógica dejaba a ese discurso sin asideros. Esta víctima era distinta, había cruzado el inmenso umbral de dolor de todo un pueblo hasta entrar en la muerte, yendo en andas de su propia y recia voluntad, allí donde los cubanos por cuestión de su cultura e idiosincrasia no van a cobrar o pedir, sino a ofrendar, a darse a sus semejantes. Aquella visión caricaturesca de disidentes masoquistas, además de títeres, que se buscan el ostracismo y la represión por unos cuantos caramelos que les lancen desde afuera, no parecía ni remotamente ajustarse al caso. Zapata lo dio todo, dio —y aquí este verbo adquiere plena significación— la vida.

El poder absolutista, que siempre ha mostrado rigidez cadavérica, no se permite siquiera en teoría un actor social que disienta legítimamente. Una persona al parecer pierde su más elemental condición humana cuando cuestiona o pone en entredicho ese poder vertical, obteniendo la exclusión que se reserva al monstruo, así el himnario revolucionario está lleno de términos deshumanizantes como “gusano”, “escoria”, “grupúsculo” con que a lo largo de la historia en Cuba se ha institucionalizado el pánico a las disconformidades.

Cabría preguntarle a ese mismo tribunal de censores impolutos, cuál es el prototipo de un disidente que hayan previsto, si es que le concedieran a la vida el derecho a la duda, a que quienes optan por vivir puedan creer que sea insostenible o imposible un modelo social monolítico. Ya que de la rica realidad y de las contradicciones ideológicas no parece emerger a la palestra nacional un antagonista digno de mínimo respeto, alguien a quien se le permita disfrutar el mismo espacio sin ser estigmatizado, entonces, dándole la palabra al juez que no acepta las partes: ¿hay algún tipo de oponente, a priori, aprobado? La persona que rete auténticamente al poder y sus axiomas ¿qué trámites debe seguir, qué condiciones cumplir, al menos en el papel, con tal que no se haga merecedora de castigos y calificativos propios de las ratas? Pero no. La misma compleja realidad y la historia nacionales, traen la respuesta: no está previsto. En una Revolución supuestamente más sagrada que la existencia de las personas a quienes alcanza en su torbellino, donde los medios se trastocan con los fines, sencillamente un buen ciudadano o es “revolucionario” o empieza a dejar de ser un ciudadano.

Se acorrala y aplasta “alimañas” con el pretexto de evitar el daño en los seres humanos o la comunidad. Al negar como individuos las razones o sinrazones del Estado que fuerza a una norma de convivencia degradante ¿cuál marca de diferencia nos queda, de humanismo tácito, en el límite, que nos evite confundirnos con las deformidades ciegas y asesinas que ilustran el bestiario oficial? Herirse a sí mismo, consiste en la prueba de actitud extrema, también casi la única a que puede acudir una persona acorralada y aplastada ya, para argumentar sobre su inocuidad y sus derechos humanos: actos como apartarse del rebaño llevado al seguro redil, la renuncia, el ayuno o el trágico suicidio... Zapata cruzó esos límites. Claro, tampoco fue suficiente: voceros oficiales lo catalogarían de perverso. Sin duda, se convirtió en un mártir.

Continúa la historia empezando donde mismo. También este 23 de febrero ha querido el azar que sea el cumpleaños de Pedro Argüelles, uno de los pocos presos que quedan de aquellos 75 condenados en la primavera de 2003, a pesar de que a mediados del año pasado el gobierno se comprometió a liberarlos todos a más tardar en noviembre de ese mismo año. Para esta fecha, por tanto, Argüelles había planificado su día de visita que le corresponde cada mes y medio aproximadamente. Yolanda, su esposa, tenía preparadas las jabas con lo que iba a llevarle, cuando recibió su llamada: decidía renunciar a esta visita, para pasar su cumpleaños en completo ayuno, como homenaje a la memoria de Orlando Zapata. Quien de nada dispone, aún halla una manera de fortalecerse y expresarse cívicamente, quitándose lo poco que dejan a su alcance.

Yolanda deberá esperar otros 45 días para ver al hombre que ama y del que se siente orgullosa. Con “Apátridas” suele englobarse a la disidencia pacífica, sinónimo aquí de traidor y monstruo. Argüelles ha visto prolongarse su encierro incluso más allá de la promesa gubernamental, hasta llegar a este día en que coinciden su cumpleaños y el primer aniversario de la muerte de Orlando Zapata, precisamente por rechazar la única condición que hasta ahora le han puesto para salir de la cárcel: abandonar su patria.

Estamos velando nuestro cadáver y, al fondo del futuro cavernoso, tiembla una llama, una idea mucho más sobrecogedora que los ojos abiertos de un hombre sin vida: el ánima en pena de la patria “con todos y para el bien de todos”.

23 feb de 2011

Violencias domésticas


Foto:Francis Sánchez
Un día descubrí que mi esposa me acusaba de intento de asesinato. Se basaba en un poema hallado entre mis garabatos inéditos, donde yo manejaba el ensueño de la muerte justa que podría sobrevenir a un disparo liberador. Adelantándose al trágico acontecimiento, con el derecho que asiste a toda víctima potencial, publicó en la revista La Gaceta de Cuba —pues había obtenido una mención del premio “Julián del Casal” de la UNEAC—un poema inquietante: “después de la lectura de pedaleo de francis”. Su primer verso, en defensa propia, no puede ser más diáfano y contundente: “he descubierto que en un verso mi esposo me mata”.

Su escritura llegaba así, en letras minúsculas, propio de un alma aplastada, incluso antes de que yo lograse consumar en cualquier letra de imprenta mi poema causante del problema: “pedaleo”, que sólo tiempo después aparecería en mi libro Caja negra (Ed. Unión, La Habana, 2006). No hay que ser muy perspicaz para comprender que su denuncia femenina causaría cierto impacto, lo que vino a sumarse al revuelo ya levantado entre la crítica por la desgarradura de su signo expresivo —¿un rasgo generacional, incluso “genenacional”, compartido con este virtual victimario?— o, quizás, porque quedaba al descubierto el venero más oculto y lastimado de que estuviera manando su angustia.

Por estos días ella viaja a La Habana, a la Feria del Libro, allá está ahora mismo —lo que evidentemente aprovecho— presentando su último poemario: escribir la noche (Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2010), donde incluye el poema acusatorio. Como se ve, para el título del libro insiste en sacarse del horno unas letras que apenas crecen al contacto con el aire, por donde parece que alguien pasó un rodillo. No me voy a defender. Jamás pondría en duda que la masa de nuestro amor rezuma todos los dolores y traumas que ligan sinceramente las palabras. Somos carne de la misma carne. Matar y matarse, bordes de un mismo sueño. Siempre una tercera sombra camina detrás de nosotros.

A mi texto le faltaban también —primero que al suyo— las letras altas, mientras mi ansia de un “disparo imposible” apuntaba a abrir, finalmente, la puerta del suicida, un túnel “detrás de mi cabeza”. A veces lo que más nos junta son precisamente los miedos abusivos que intentan destruir y esparcir el lugar de una mirada humana sobre la tierra. Mi aborrecimiento por las circunstancias vividas ha tenido la forma hiperbólica de una muerte propia, un rompimiento tan entrañable como conmigo mismo, y el terror a esos tanques lanzados a la calle en una lejana China, pues desde siempre veníamos sintiéndolos avanzar. Definitivamente el velo de nuestra inocencia siempre estuvo rajado.

Véase que para ella, en sus versos, la bestialidad asesina entra y pasa sobre nosotros casi sin avisar, con el cerco cotidiano, “el tedio de la provincia, esa represión incolora e inodora, que también nos ha juntado más, como a huesos rotos. A continuación me limito a publicar, por primera vez, ambos poemas unidos, en el orden en que fueran escritos. Me entrego con plena conciencia de mi inutilidad como individuo, pero al mismo tiempo con esa temeridad de la especie que roza su perfección en el estremecimiento del amor —por la justicia, por la libertad, y por ella, Amada—, lo mismo que pudo sentir aquel hombre que detuvo brevemente un desfile de tanques que avanzaban —¿se supo su nombre, alguien lo recordará?— sobre la plaza Tihanamen.

(Ciego de Ávila, Cuba, 16 de febrero de 2011.)




pedaleo



pedaleo calle arriba con cierto orgullo
después de estibar gritos mohosos de mi mujer
y extraerle filo momentáneamente
a la idea de pagarme un disparo.
si estoy libre será porque he salido a sustituir aire, creo,
y odiarla, medir desde lejos
la ciudad que se pudre y descompone.
a través del hueco que deja la idea de una bala
pueden verse las burlas más pequeñas.
entre Napoleón y yo, por ejemplo, sólo caben circunstancias.

mi infancia envuelta en un pabellón de perfumes
le está vendiendo el cuerpo a soldados heridos de muerte.
pero esta placidez con que brota un castigo
por el surco que va dejando el sueño, no es menos sempiterna
que el corsé de la virgen o la joroba de Miguel Ángel
dormido en el andamio.

puede pasar —oyendo a este espejo tullido:
algún día me juzgan por mis actos.
no seré un expatriado. no estaré boca arriba
sobre el cemento como un pájaro con los oídos rotos.

aunque nunca dé fruto
aún mi destino ha de cumplirse fatal como una flor.

¿qué breve diferencia hay entre mis dos piernas
sin rumbo que amargan el vacío de la ciudad
y las de aquel chino
—pataleó en la horca—
cuando detenía avalancha de blindados
en la plaza Tihanamen
momentánea, simbólicamente?

coordino movimientos, me ahogo cielo abajo
y vigilo la mirada lívida de Dios,
la carroza de fuego o sus dos grandes ventanas vacías
por el túnel que va dejando
—soplo, a veces hundo los dedos, etc.—
este disparo imposible detrás de mi cabeza.

(Francis Sánchez, en Caja negra, Ed. Unión, La Habana, 2006.)




después de la lectura de pedaleo de francis



he descubierto que en un verso mi esposo me mata
y en otro evita matarme pedaleando sin rumbo la ciudad
mohosa hasta los cimientos.  el aire —dice— me salvó del  disparo,
lo salvó también a él de la misma bala rebotando en su nuca.
no sabe que yo leo sus poemas con orgullo
y no es porque el mismo verso donde se exorciza
logre acallar, extraerle filo momentáneamente a la idea
de matarme y matarse, sino porque me hace visualizar
con un sonido mínimo, verdades que me alivian.
balbucea:  “entre los hombres más grandes
y los más pequeños sólo caben circunstancias”.
sabe que vamos conquistando el olvido
y eso tendrá una inmensa ventaja: en esta vida
nadie nos juzgará por nuestros actos.

puedo sobrevivir a su odio momentáneo, incierto,
mientras oculto al olfato de mis espigas
la herida del disparo que no me regaló,
que fluye, indetenible.
puedo sobrevivir al hecho de que napoleón, miguel ángel,
los héroes sin nombre lo sostengan en el andamio
de la cotidianidad y no aparezca yo, sobre otro andamio
aún más endeble, brindando yacimientos como cuerdas.

puedo sobrevivir al dolor de que solo cargue en sus espaldas
los sacos herrumbrosos de mis gritos
y no mi cuerpo intacto como una bandera blanca
sobre su cuerpo en llamas.
y no mis manos deteniendo la avalancha de tanques
con que nos amenaza el tedio de la provincia,
el polvo de sus muros corrompiéndose
bajo la inclemencia del prójimo,
del hambre y de la desnudez de la provincia
y sus trenes amargos, siempre a destiempo.
y no mis hijos blondos,
hijos naciendo desde mí, desde antes de mí,
otorgándonos la verdadera inútil trascendencia.

no puedo sobrevivir al mazo del olvido,
a la ausencia de la cierva blanca contra el horizonte,
meandros  soñados bajo la misma pureza.
no se puede sobrevivir a los signos que abandonan una primavera
con miedo adolescente.
cuánto puede pesar un parque roto en la memoria,
los juramentos derramándose
junto al azafranado olor del flamboyán.
el roce de tus manos en mi asombro,
en la redondez de la angustia.
hay que sufrir mucho para volver a aquel perfume
y encontrarlo intacto en la memoria.

he descubierto que mi esposo me mata en uno de sus versos
o que pedalea la ciudad para no recibir en su nuca
el rebote del disparo que no me dio,
mi esposo que intenta un día de estos
sentarse a su lado, por fin solo, y conversar,
aun así, cuando leo en sus venas,
los túneles me descubren otros mundos vedados.

(Ileana Álvarez, en escribir la noche, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 2010.)

Todos felices

Fotos:Francis Sánchez
Caminar desde la base de campismo Playa Inglés hasta el Campamento Ismaellillo, en la costa sur, en la provincia Cienfuegos, me tomaba unos cuarenta minutos. A veces me detenía a hacer una foto como un pestañazo. No había tiempo que perder. Iba con el arrobo del padre que puede ver cómo su hijo es feliz jugando fútbol por primera vez en un evento oficial para niños entre 9 y 10 años. Se celebraba, durante la semana de receso escolar, entre 6 y 11 de febrero últimos, el Torneo de Fútbol para Todos los Niños y las Niñas, auspiciado por la UNICEF y el Ministerio de Educación.
Conmigo caminaban tres madres de jugadores de la provincia Sancti Spíritus que también habían traslado sus casas para estar lo más cerca posible de sus hijos. A veces las salvé de alguna vaca medioviva, un cangrejo o un lagarto. Carboneros improvisados aquí y allá, aruñando la vida, nos guiaban para destejer la maraña de marabú, o aroma, como también se le conoce a esta plaga que señorea sobre la campiña insular.

Del torneo: todos ganadores, alegres. Las provincias de Santiago de Cuba, Villa Clara y Granma ocuparon los primeros lugares, en ese orden. Ciego de Ávila mejoraba el lugar 14 del año anterior, ganando un digno octavo puesto, con sólo 1 derrota (ante el campeón), 3 empates y 3 victorias. Teníamos la peculiaridad de que en cada equipo había tres niñas, y en el nuestro ellas fueron determinantes al menos para un par de victorias en tandas de penaltis.  Para mi jolgorio definitivamente imparcial, paternalista, el capitán de este equipo y número 7 —pues sueña ser como el Guaje Villa y como Cristiano Ronaldo— hizo el gol decisivo del último juego, precisamente contra Sancti Spíritus.

El trío de colegas, madres amigas, por suerte en ese momento culminante se habían ocultado no muy lejos de allí, quitándoles presión a sus pequeños. Fue un arañazo o el sueño de un arañazo dado a la piedra, al diamante de la felicidad. No se renuncia, por las manchas en torno a los ojos, a palpar y recoger el frágil carbón, chispa petrificada al día siguiente.
Prefiero pasar por alto los sinsabores. Cuando se corre sobre el césped, o allí está el corazón con un hijo, todo es perfecto. Por semejante saldo ideal, apartaría, archivaría cualquier sospecha de que el campeonismo pueda dejar a unos inocentes indefensos, en manos de expertos, profesores de extracción muy humilde que busquen méritos para ganarse un viaje o una “misión” a toda costa. Olvidaría que a veces hay niños, supuestamente de quinto grado, que parecen demasiado grandes y maduros, pateando la pelota con un objetivo más definido que la simple alegría de jugar.

6 feb de 2011

¡Pedro Argüelles en huelga de hambre!

A propósito de mi post anterior ("No nos dejes caer en la tentación"), hoy he vuelto a ver a Yolanda, su esposa, una de las damas de blanco, así he sabido que Pedro Argüelles está desde hace cinco días en huelga de hambre. Se le aguaban los ojos, temerosa de lo peor, porque sabe que él está muy enfermo y es alguien firme en sus principios. Recuerdo cuando coincidíamos en la misa y conversábamos a veces sentados en un banco del parque frente a la iglesia. Clamo a todas las personas de buena voluntad. No es justo que se le siga castigando porque rechaza irse al destierro. Por favor, por piedad, por la paz y la esperanza, porque se cumpla la promesa que el gobierno había empeñado, y por sus propios derechos: ¡Libertad para Pedro Argüelles!

5 feb de 2011

No nos dejes caer en la tentación

Fotos: Francis Sánchez

Mi reloj se seguía atrasando, seguramente ya necesitaba cambiar la pila, así que iba en busca de una relojería, cuando a punto de doblar una esquina advertí que cruzaba frente a una especie de cuartería, ciudadela o pobreza similar. Recordé que allí, años atrás, vivía Pedro Argüelles, uno de los presos políticos condenados en juicios sumarísimos en la oscura primavera de 2003. Y la puerta estaba abierta. Algunas personas trajinaban en ambiente familiar, cargaban o cambiaban algo dentro de una estrecha salita donde casi ni cabían. Su esposa... ¿aún sería su esposa? Bastó medio vistazo al interior para verla manejando aquella operación de ingeniería hogareña como mismo llevaba sus años y su soledad. Fui a saludarla. Nos separaba una delgada línea invisible.

Era la línea de una ocasión fortuita y una puerta incluso ya abierta, pero esa separación, que a simple vista parecería insignificante, rodea como un foso a quienes osan disentir pacíficamente de un gobierno que no se permite libertades individuales o fisuras en el poder. Arriesgar el paso, cruzar ese margen divisorio, sólo podía significar una cosa: caer, y a no sé qué altura —nadie lo sabe hasta que toca el fondo—. Me sumí en ese escozor que se produce cuando friccionan dentro del corazón sentimientos como el miedo al contagio, el instinto de conservación, y la pasión o el valor que emana de la lógica humana común, con una duda difícil de superar. La duda entre hallarme ante una tentación de fuerzas demoniacas, autodestructivas, o ante una prueba de la parte angélica del alma donde Dios aún espera por el pago de la deuda que la humanidad ha seguido acumulando a través de siglos de odio e injusticia.

Ocurrió todo en un chispazo. Un beso y preguntarle cómo ella estaba. Semejante muestra de curiosidad por ese estado líquido o gaseoso en que pudiera hallarse cualquier prójimo, resulta la fórmula de saludo coloquial, preferida y establecida de ordinario en la calle, pero aquí incluía implícitamente a su otra mitad, o sea, a él, alguien hundido en un calabozo en la prisión de Canaleta. Esta prisión, que se alza tan cerca como en las afueras de esta misma ciudad, coincide con el límite que se reserva al cementerio dentro de la trama urbana, como dos variantes complementarias de una ciudad invertida.

Él se comunicaba a veces con ella por teléfono. Estaba casi ciego, veía apenas de un solo ojo y muy mal, para leer tenía que pegarse la hoja a la cara. Y el día anterior lo había llamado, otra vez, el cardenal Jaime Ortega, con la propuesta que este prelado ha venido susurrando al oído de los demás reclusos sentenciados a lo largo del país: marchar al destierro. Argüelles, a diferencia de la mayoría, ya había rechazado semejante desenlace, y esta vez —según me lo contaba ella, su esposa— se negó incluso a ponerse al teléfono.

He dicho que todo ocurrió en un chispazo. Pero podría decir que seguí mi camino como quien ha recibido una cuchillada y no sabe, no puede o no quiere saber de dónde salió el golpe. ¿Alguien tendrá derecho a ofrecerle, alegremente, el destierro a otro? No me sentía herido sólo como el católico que soy —de poca monta, que ni me recomiendo para indulgencia papal alguna, aunque católico al fin, dispuesto a responder ante cualquier instancia por esta identidad religiosa que me señala en el tránsito de la vida y el laberinto del mundo—. Sentía ese dolor, esa revoltura de la frustración, ese abismo que puede clavársele en el pecho a cualquier persona independientemente de sus ideas o sus creencias. ¿La familia, la patria que está en construcción, o al menos en el candelero de las personalidades e instituciones preeminentes, es esta donde quienes nieguen el dogma sean arrancados al cuerpo de la nación? Fue la misma supuesta escapatoria rechazada por Sócrates —entonces hecha por sus discípulos, con las mejores intenciones— y, antes que someterse a esa muerte social, prefirió beber la cicuta.

El destierro no es, nunca lo ha sido, sinónimo de libertad. Jamás perteneció a la tradición del cambio o el viaje libremente escogido, en que las potencialidades humanas florecen positivamente, se abren y a la vez penetran el porvenir, garantizando ese hermoso concierto de la polinización de las culturas. El destierro llega por la fuerza de la razón de la comunidad, aunque apunte contra todo sentido común, o por la razón ciega del más fuerte, punitiva, despóticamente. En la historia de Cuba siempre fue el potro de tortura que usaron los tiranos para librarse no tanto de sus oponentes como de aquellas ideas o actitudes incómodas. Por eso un acto fundacional de la República de 1902 fue repatriar los cadáveres de los intelectuales desterrados. Así se trajo a casa, entre otros, los restos del presbítero Félix Varela (1788-1853). Sobre el «santo cubano», dijo Martí que «vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo»,1 o sea, en La Florida. Acoger al mártir que había padecido la deportación por aspirar a una libertad más allá del confesionario de una fe singular, incorporarlo al suelo nutricio tan verdaderamente como para entonces se podía, cuando ya era sólo «polvo enamorado», no significó, sin embargo, el fin de un trauma que seguiría cebándose en las generaciones hasta niveles extraordinarios y hoy, además de comunidades y en especial intelectuales dispersos por todo el mundo, ha convertido precisamente La Florida casi en una segunda isla.

Entre augurios tristes por doquier, parecía esperanzadora la nota que publicó el periódico Granma el 8 de julio de 2010. Una palabra, carísima a toda alma, y por lo mismo ampliamente manoseada voceros políticos o jerárquicos, sobresalía dentro de este breve texto: «libertad». Quizás sonaba distinta al oído, en la medida que el mensaje podía mostrarse tan fresco como la vida nueva que todos deseamos. Primera vez que la Iglesia Cubana actuaba de interlocutor válido ante un Estado que hasta hace poco se autoproclamaba ateo, y comprometía una promesa que sólo alcanzarían a plasmar los poderes terrenales, al anunciar que, a más tardar en cuatro meses, los «prisioneros que restan de los que fueron detenidos en 2003, serán puestos en libertad».2 Pero en los siguientes días comprenderíamos que la frase a continuación: «y podrán salir del país»3 disimulaba esta obligatoriedad: que los prisioneros pasasen directamente desde sus calabozos al aeropuerto.

Ya con la forma de la nota del Granma, habían quedado en evidencia cicatrices, juegos de apariencias y entretelones en que tiene que desenvolverse una hipótesis aparentemente tan controlada como dejar en libertad a un grupo específico de ciudadanos. Vale la pena hacer un análisis textual. Estamos ante un uso, poco visto en la monocorde prensa oficial, de la técnica de la «caja china»: un narrador le pasa la palabra a otro para que haga el relato, y este se saca de adentro a un nuevo narrador, y este a otro, así sucesivamente, como las típicas matriuskas rusas. Tenemos que el Granma, siendo el órgano oficial del Partido Comunista de Cuba, no enuncia o emite una decisión tan grave, ejecutable sólo al más alto nivel —incluso hemos visto que fue tomada inconsultamente por el general presidente, en una charla con el entonces ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España, Miguel Ángel Moratinos—, sino que se desentiende de este contenido social recalcando en el titular la fuente informativa, así: «Prensa Latina Informó», como si la agencia fundada por Cuba reportase algún acontecimiento en un tercer país. Luego resulta que el texto, por lo que avisa el cintillo o bajante de la noticia, pertenece al Arzobispado de La Habana, es su «Nota de prensa». Y, por último, la institución católica alega que «las autoridades cubanas informaron». O sea, dice el Granma que dice la agencia Prensa Latina que dice el Arzobispado de La Habana que dice el gobierno cubano. Laberíntico, sin duda. Tamaño rejuego de ecos, en una sociedad donde nunca ha sobrado espacio para el diálogo y mucho menos el concierto coral, resulta a todas luces insuficiente, por no decir lamentable, cuando se prueba a instituir, a costa de ciudadanos que desesperan en carne viva esperando avisos del futuro, un concepto tan empobrecido de la libertad y, por ende, la verdad.

Lo cierto es que difícilmente cualquier retruécano vaya a descolocar por ahora la brújula del pensamiento y la vivencia, por ejemplo, de Martí, quien seguiría mostrando la suya, sufrida, a la proa, entre «las vidas que ya, en el destierro bárbaro, sólo penden de un hilo?,»4 porque «ien el destierro / náufrago es todo hombre, y toda casa / inseguro bajel, al mar rendido!»5 De una carta al general Máximo Gómez, durante los preparativos de su embarque definitivo hacia Cuba: «El respeto a la libertad y al pensamiento ajenos, aun del ente más infeliz, es en mí fanatismo: si muero, o me matan, será por eso.»6

Casi todos los prisioneros de la primavera del 2003 ya han partido hacia distantes riberas. Entre quienes permanecen tras las rejas, aferrado a sus hierros, está Pedro Argüelles. Nada hace pensar, en la vida pública de su ciudad, Ciego de Ávila, que aquí venga desarrollándose este drama que tiene en el centro a alguien que apenas puede verse las palmas de las manos. Mejor dicho, casi nada. Hay un impreso pegado en el vestíbulo de la Catedral de San Eugenio de La Palma. Es una reseña de la reflexión que ofreciera el cardenal el día primero de enero de este año en la Catedral de La Habana, celebrando la Jornada Mundial de la Paz. Quienes se asoman al templo local pueden actualizarse, ante este papel, acerca de una puja que sigue en pie, acerca de una promesa de «libertad» para los pocos que, como Argüelles, no aceptan un boleto de ida sin regreso.



El cardenal, en la misa de enero que trató sobre el mensaje del papa Benedicto XVI con que abriera un nuevo año: «La libertad religiosa: camino para la Paz», cuando incluso había expirado aquel plazo que el gobierno se diera a sí mismo, hizo un repaso de los conceptos de algunas libertades con apellidos, y se mostró entusiasmado por los resultados de la mediación de la Iglesia y suya particularmente. La revista Palabra Nueva (2011), de la Arquidiócesis de La Habana, reseñó su discurso: decía «tener “la certeza moral” de que en los próximos meses otros prisioneros “sancionados por algún tipo de hecho relacionado con posturas o acciones políticas” serán puestos en libertad». Además, a propósito, invitaba a «liberar sus corazones de viejos atavismos y, sintiéndose verdaderamente libres, asumir una visión en verdad reconciliadora entre todos los cubanos».

¿Qué reconciliación se construye haciendo estallar la naturaleza unitiva de la patria, exiliando, lanzando al mar a los que precisamente ponen a prueba el fundamento del amor? Ha afirmado el mismo cardenal, ilustrativamente, que «nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los propios derechos».7 Se propicia una vuelta a aquella cercanía de significantes que gustaba tanto al Apóstol, entre cielo y tierra, sintiendo o leyendo Patria en lugar de Dios, para distinguir lo que debería ser necesario y lo imprescindible.

Parecía que la salida satisfactoria al conflicto dependía de una decisión unilateral —el propio Argüelles protestaba, hace poco, cuando el gobierno de su país lo ofrecía a los Estados Unidos en un trueque, advirtió que él no estaba disponible como una mercancía—. Todo hacía indicar que un regalo de altos estamentos del poder, anticipado con aquella «Nota de prensa» del Arzobispado, acercaría valientemente, a través de un acto piadoso, la fe a los cubanos en la reconciliación o en una profunda repatriación. Mensaje de tal envergadura consistía en una llamada a muy larga distancia. Pero, por último, es de la voluntad de un individuo apartado, «náufrago» aún no rendido al mar, limitado a lo poco que percibe y palpa entre penumbras, que viene paradójicamente a depender el proceso. Depende de cómo él reaccione ante las voces reales o imaginarias que lo inviten a pisar firme dando su próximo paso.

Claro, si yo pudiera hablarle, tampoco lo encomendaría al martirologio, a resolver el nudo gordiano de intereses en pugna que por lo general terminan ahogando al «ente más infeliz». Rezaría para que encuentre al menos un sendero tranquilo por donde atravesar la tempestad al lado de su esposa. Pero quizás con él no está detenida, trabada la solución, ni la fe, sino que en él, milagrosamente, aunque sea por un segundo, se sostienen sobre el vacío.


  
1 José Martí: «Ante la tumba del Padre Varela», Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. II, p. 96.
2 «Prensa Latina informó. Arzobispado de La Habana. Nota de Prensa», en Granma, La Habana, 8 de julio de 2010, p. 2.
3 Ídem.
4 José Martí, ibídem, t. V, p. 64.
5 Ibídem, t. XVI, p. 143.
6 Ibídem, t. III, p. 166.
7 Todas las citas, como esta, de la misa del cardenal y la reseña publicada por la revista Palabra Nueva, han sido extraídas de la hoja que se menciona que aparece en el vestíbulo del templo de Ciego de Ávila, donde se reproduce una página del sitio digital de la mencionada publicación.

2 feb de 2011

Renuncia a la UNEAC del escritor Félix Sánchez

Mi hermano, el escritor Félix Sánchez, ha decidido hacer pública su solicitud de renuncia a la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), que solicitó a principios del mes de noviembre del año anterior. Todo hace indicar que desde entonces se hiciera efectiva, aunque con él nunca nadie se comunicara. En un correo electrónico circulado hace poco, dice: " A quien pueda interesar: En los días finales de 2010 entregué a la Presidencia de la UNEAc en Ciego de Ávila el documento que adjunto. Por lo ocurrido entre ese 4 de noviembre y hoy, he decidido hacerlo del concocimiento de otras personas, sobre todo miembros de la UNEAC, instituciones culturales y colegas con los que comparto preocupaciones y sueños. Saludos, Félix Sánchez."



Ciego de Ávila, 4 de noviembre de 2010

A: Presidenta del Comité Provincial de la UNEAC, Ciego de Ávila.

Estimada compañera:
La razón de la presente es solicitarle se me tramite por ese Comité Provincial, lo antes posible, por solicitud propia, la baja de las filas de la UNEAC.
No ha sido esta una decisión impensada, ni parte de una inconformidad por un suceso en especial. Es el resultado de una larga meditación sobre el papel de la UNEAC en nuestra sociedad, su funcionamiento, su correspondencia con lo que yo considero que debe ser una organización de creadores a la vanguardia por su modo de crear y de pensar, por su compromiso a toda costa con la verdad, y con valores ancestrales de nuestra identidad, cultivados por una intelectualidad que nos enorgulleció con su actitud de combate ante todo aquello que no tuviera al pueblo en el centro de sus preocupaciones, que no reconociera en él la máxima autoridad, la medida de la legitimidad de cualquier sueño, propósito y resultado.
En los últimos años he esperado ver a la UNEAC asumiendo esa responsabilidad cívica, cultural y política. Pero he agotado el tiempo de espera, y creo que es deshonesto continuar perteneciendo, por ventajas de cualquier tipo, a una organización con la que uno discrepa ya por más de una razón esencial.
Le ruego emprenda los pasos que conlleva este proceso y me mantenga informado de su desarrollo.
¡Por una Cuba auténticamente socialista!
Con la más alta consideración,
Félix Sánchez Rodríguez
Ciego de Ávila, 4 de noviembre de 2010